La Escuela en Urrea de Gaén

Por Silvia Blasco Casorrán
y Jesús Tena Pérez







«Porque lo propio del hombre no es tanto el mero aprender como el aprender de otros hombres, ser enseñado por ellos. Nuestro maestro no es el mundo, las cosas, los sucesos naturales, ni siquiera ese conjunto de técnicas y rituales que llamamos «cultura» sino la vinculación intersubjetiva con otras conciencias».

El valor de educar, Fernando Sabater

Introducción


   Poco sabemos de la historia y la evolución de la Escuela en Urrea de Gaén, principalmente por la escasa documentación existente en el archivo municipal, destruido casi en su totalidad durante la Guerra Civil Española.

   Podemos citar a Bautista Tena (1902-1991) quien en sus memorias nos apunta los siguientes datos:

«Recordaba con frecuencia mi escuela, mi buen maestro D. Antonio Gálvez, hijo de Andorra, con el que fui seis años – de los seis a los doce – y al que le debo estas pocas letras que con él aprendí. Llevábamos el Catón, Frases y Fábulas, Historia Sagrada, aritmética, geografía... También íbamos al catecismo para hacer la Primera Comunión.»

   Conocemos pues el nombre del maestro, Antonio Gálvez, quien estuvo en Urrea, por lo menos, desde 1908 hasta 1914, aproximadamente.

   Los primeros datos con los que contamos son del año 1924, a través de un texto que hace referencia a Urrea en la Guía General de Aragón, Navarra, Soria y Logroño escrita por Ramón García Gárate (1924), y donde aparece el siguiente apunte:

«URREA DE GAÉN: Tiene 1.370 habitantes. Dista 3 K. a la cabeza de partido, comunicándose por camino y carretera y a 190 K. de la capital por carretera y f. c. Producciones: cereales, aceites, hortalizas y frutas. Clima, templado. Caza, poca. Pesca. Estación de f.c. más próxima La Puebla de Híjar, a 8 K., línea de Zaragoza a Barcelona por Caspe. Alumbrado eléctrico. Giro postal, hasta 50 ptas. Diócesis de Zaragoza. Parroquia de ascenso.
Secretario.- Don Francisco Galindo
Párroco.- Don Salvador Turón
(...)

Escuela unitaria de niños.- Maestro, don Eulogio Alarcón
Escuela unitaria de niñas.- Maestra, doña Alejandra Marco
Locales escuelas, regulares. Matrícula, 75 niños. Tienen casa-habitación, regular, distante de la escuela. Cantidad por sustitutivo de consumos, 45 pesetas.
(...)»

   Efectivamente, María Blasco, de 93 años, me cuenta que ella fue a la escuela solamente durante tres meses, en 1926; que las escuelas de chicas estaban encima del ayuntamiento, en la Plaza de España (antiguamente llamada de la Constitución); y que su maestra se llamaba Doña Alejandra, «una mujer separada, con tres hijos, y con muy mal genio».

   Las escuelas de niños, por su parte, estaban ubicadas donde actualmente se encuentra el salón parroquial de la Iglesia San Pedro Mártir.


Antiguas escuelas en Urrea.

   Por otra parte, Leonardo Lalinde, en su libro «Aproximación a la historia de Urrea de Gaén» (2003), cita textualmente:

«Son escasos los documentos municipales que podemos consultar hasta el año 1938, pero nos quedan algunas referencias a las votaciones efectuadas en la localidad en 1931. (...) Las votaciones se llevaron a efecto en las escuelas de niñas de la Plaza de la Constitución, dentro de unas elecciones que dieron origen al cambio de sistema de gobierno en España. Las escuelas de niñas pronto serían sustituidas por otras nuevas. Ya se ha citado cómo el 30 de junio de 1931 se pignoraron los títulos de la Deuda para construir las nuevas escuelas y las casas de los maestros, levantadas en la calle Costa (Joaquín)(actualmente C/ Angel Gargallo). En la sesión municipal del 1 de diciembre de 1933 se recoge la apertura de las nuevas instalaciones, que supusieron una notable mejora en la educación de la juventud local.»

    La importancia que el primer gobierno republicano otorgaba a la educación, y concretamente a la enseñanza primaria, quedó bien patente con la aprobación de un plan quinquenal de construcción de escuelas mediante el cual se pretendía construir 5.000 escuelas por año. Desde la proclamación de la República, en abril de 1931, hasta diciembre de 1932 se crearon en España 9.620 escuelas, muchas de ellas unitarias. En Aragón en esos mismos meses se crearon 422 escuelas. Una de ellas la de Urrea de Gaén.

    De la página web del Museo Pedagógico de Aragón podemos extraer la relación de escuelas construidas en el bienio 1931 – 1933:


La educación en la República


    Si algo tuvieron en común todos los maestros de la II República fue su apertura a una pedagogía moderna, para esos tiempos y quizás para estos, asimilando principios pedagógicos que mucho tienen que ver con los actuales.

    Se hablaba entonces de una escuela unificada, gratuita, obligatoria, mixta y sobre todo pública.
    El espíritu educativo de la república resaltaba, sobre todo, la igualdad de oportunidades entre las diferentes clases sociales y el laicismo, reconociendo a las Iglesias el adoctrinamiento en sus propios establecimientos. Parece mentira que actualmente lo estemos reivindicando todavía.

  Una escuela basada en la actividad, en la vivenciación de los aprendizajes para llegar a la funcionalidad de los mismos.

    La gran mayoría de los maestros de la República fueron maestros que vivieron por y para la escuela, grandes entusiastas de su profesión y con una enorme motivación para ayudar a crecer a la infancia.

    La figura del maestro se dignificó muchísimo, el maestro era intocable, más aún en las zonas rurales.

    Antonio Molero, catedrático de Historia de la Educación de Alcalá de Henares, ya puso de manifiesto que «sin ninguna duda, la mejor tarjeta de presentación de la República fue su proyecto educativo».

    Y los tres pilares de ese proyecto educativo fueron la innovación pedagógica, el impulso renovador y la revolución. Quizá España no estuviera lo suficientemente preparada, o quizá sí, el caso es que este proyecto se aplicó y funcionó, y si no llega a ser por los acontecimientos de años más tarde, quizá el sistema educativo de nuestro país se hubiera modernizado a la misma velocidad que otros países europeos, quizá actualmente no estaríamos vistiendo camisetas verdes cada miércoles.

    Bien, pues todos estos aspectos característicos del proyecto de enseñanza en esta época, se reflejan fielmente en la figura de don Ángel Gargallo, el maestro de Urrea de Gaén.

Don Ángel Gargallo, el maestro de la República


    A Jesús Tena y a mí nos venía rondando por la cabeza, desde hace algún tiempo, escribir sobre la figura de don Ángel Gargallo. Jesús, porque fue su maestro y bien merecía ocupar unas cuantas páginas de su vida escrita; yo, por mi profesión y vocación, me interesaba profundizar en su docencia y en su «libre enseñanza», de acuerdo con el espíritu de la República. Hasta entonces, había oído mil veces a mi abuelo repetir frases como estas: «Don Ángel ha sido el mejor maestro que ha habido aquí», «como él no ha habido ninguno».

    Y así nos pusimos manos a la obra, con dos objetivos por cumplir, el mío y el de Jesús, y con el fin común de plasmar en unas líneas la vida, y sobre todo la obra, de todo un personaje en este pueblo: el maestro don Ángel.

Formación y docencia de Don Ángel Gargallo


Con un entusiasmo infinito y con unas ganas de contar interminables, Ángel Gargallo, Angelito, el hijo del maestro, nos despidió en su casa el día 21 de enero de 2007, después de pasar dos horas con él, para mí muy emocionantes.

   Llegamos a las 12 de la mañana a la «Torre de los Angelitos», tal como dice una placa en la fachada principal, donde ya nos esperaba. Jesús nos presentó y en dos minutos, yo ya estaba tomando apuntes en su porche, sentados en una gran mesa de madera con un sol que calentaba en pleno mes de enero.

   Yo tenía mil preguntas en mi cabeza, pero Ángel tenía cinco mil respuestas que me ofreció sin preguntar, así que me limité a escuchar y tomar notas.

    Escribo a continuación la historia resumida de la vida de don Ángel, explicada por su hijo, con tanta pasión, que me hizo deducir que la misma sería la que pondría su padre con sus alumnos de Urrea, que con tanto cariño le recuerdan.


Ángel Gargallo (hijo) con sus hermanos de la mano, en el recreo 
de las escuelas, bajo la atenta mirada de su padre don Ángel.

    Ángel Gargallo nació en Zaragoza en el año 1900, en la calle Predicadores, en unas casas para funcionarios.

    Su padre, D. Vicente, era funcionario de prisiones. Ángel nos cuenta que su abuelo Vicente tuvo problemas aquella vez que escapó un anarquista de la cárcel, condenado por el asesinato del entonces Arzobispo de Zaragoza, Soldevilla. Su abuelo era el responsable del suceso y lo castigaron trasladándole al penal de Figueras como director, y más tarde al de Boltaña. Pasados algunos años, se jubilaría en Zaragoza.

    Don Ángel estudió magisterio en Zaragoza en la Escuela de Estudios Superiores de Magisterio (1909-1932). Opositó para la Diputación Provincial de Zara goza e ingresó en el Hospicio como maestro primero, y director más tarde. Entre otras tareas, formó la banda juvenil del Hospicio. Más tarde hizo oposiciones para el estado, dejó todo aquello y vino a Urrea de Gaén, alrededor del año 1927.

   Urrea fue su primer destino como maestro. Y además se enamoró de María, una mujer definida según su hijo Ángel, como «anárquica» y algo despistada, con unos ojos penetrantes que, junto a su inteligencia y grandes dotes de actriz, enamoraron ciegamente al maestro, que solía repetir: « yo soy educador, ya la educaré». Según su hijo, nunca lo consiguió: « -Ni pudo con mi madre, ni pudo conmigo» -nos dice.

   Los años en los que estuvo en Urrea antes de la guerra dejaron un recuerdo imborrable, sobre todo en sus alumnos.

   Los primeros años acudían a las aulas chicos y chicas juntos. Poco después, coincidiendo con el segundo bienio de la República, 1933-1935, en el que subió al gobierno la CEDA y se prohibió la coeducación en las escuelas primarias, llegaría otra maestra, Doña Emilia, que se ocuparía de las alumnas.

   Don Ángel, nos dice su hijo, «se preocupaba mucho porque aprendieran los alumnos». Solían salir con él a las eras, les enseñaba a medir objetos reales, le gustaba explicar ciencias naturales en la naturaleza, le gustaba aplicar las bases de un aprendizaje funcional y totalmente significativo, y por esto sus alumnos, ahora ya abuelos, guardan un recuerdo de él como el que guardan.

   Mi abuelo me cuenta que aprendió todo lo que sabe con él, «y eso que tuve que dejar la escuela pronto», me dice.

   Contaba con un gran entusiasmo y una gran curiosidad acerca del mundo educativo. Profesional pues, con una gran vocación, era partidario de una enseñanza totalmente laica. Se afilió a la «Unión de Maestros de Libre Enseñanza», o Institución Libre de Enseñanza, por lo que le enviaron a Urrea una importante biblioteca donada por la República, dentro del programa del Patronato de las Misiones Pedagógicas.

   Apuntamos que el 29 de mayo de 1931 se publicaba el Decreto de creación del Patronato de Misiones Pedagógicas con el propósito de «llevar a las gentes, con preferencia a las que habitan en localidades rurales, el aliento del progreso y los medios de participar en él, en sus estímulos morales y en los ejemplos del avance universal, de modo que los pueblos todos de España, aún los apartados, participen de las ventajas y goces nobles reservados hoy a los centros urbanos».

   El Patronato de Misiones Pedagógicas estableció bibliotecas y organizó sesiones cinematográficas, audiciones radiofónicas y discográficas, representaciones teatrales, exposiciones reducidas de obras de arte y museos circulantes. Una de sus funciones era favorecer la formación del Magisterio, y para ello, se organizaron cursos de perfeccionamiento destinados a los maestros de la zona que disfrutaban de una Misión.

No tenemos constancia de que don Ángel Gargallo acudiera, por ejemplo, a las Jornadas Pedagógicas celebradas en diciembre de 1932 en la ciudad de Zaragoza, donde se ponía de manifiesto una vez más la importancia de una escuela pública, gratuita y laica para lograr hacer de España una auténtica democracia.

    Según la documentación del Museo Pedagógico de Aragón, en Huesca, en el bienio 1931-1933, se recibieron 115 bibliotecas. En Teruel, el número de bibliotecas se elevaba a 25 (una de ellas en Urrea) y en Zaragoza a 88 bibliotecas.

    Nos cuenta también Ángel que su padre estaba casi obsesionado con los modelos modernos de pedagogía; nos comenta que llegó a recibir información del modelo pedagógico ruso, anterior a lo que fue la escuela militarizada soviética, y siguiendo la línea de autores como Freinet, proponiendo una pedagogía basada en los intereses de los alumnos y en ese aprendizaje significativo mencionado anteriormente.

    A este respecto, cabe destacar las curiosas reflexiones que, semanas después del golpe militar, en agosto de 1936, publicaba el diario Amanecer de Zaragoza: «Al llegar la República llegaron al Ministerio de Instrucción incompetentes o sectarios que se propusieron sovietizar la escuela, es decir, descatolizarla y desespañolizarla (...) la escuela se diluía en una labor pseudoeducativa, anodina, inútil, estéril, de manos frías, sin contenido moral, ni amor, ni fe, ni patriotismo (...).Nada. Extranjerismo y vacuidad. Ausencia de Dios y de España.»

Don Ángel Gargallo.
    Don Ángel Gargallo fue seguidor también de lo que se comenzó a llamar en Francia, a finales del siglo XIX, «La Escuela Nueva», movimiento de renovación pedagógica fundamentado, entre otros muchos conceptos, en la motivación del niño como base de la educación, y con destacados seguidores como María Montessory y Ovide Decroly.

   Queda claro entonces que Ángel Gargallo fue un maestro fiel al espíritu de la República, acorde con el movimiento de renovación pedagógica surgido en gran parte de los países europeos en el primer cuarto del siglo XX. Un maestro motivado, que siguió su formación voluntariamente a través de la lectura de revistas de pedagogía del momento y de libros de algunos de los pedagogos más influyentes de la época. «Un hombre culto» es la primera frase con la que la mayoría de sus alumnos le definen.


     




Testimonio de Manuel Martín, Alumno en los años de la II República


Manuel Martín fue alumno de don Ángel de los 6 a los 10 años, de 1930 hasta 1934. Manuel, que sigue devorando libros a sus 89 años, es el primero que me confirma que la escuela de Urrea se construyó «cuando entró la República».


Foto de los alumnos de don Ángel en el año 1933-34.
Manuel se encuentra el tercero por la izquierda de la segunda fila comenzando por abajo.

   Al preguntarle por el maestro don Ángel sus primeras palabras son las siguientes: «Era un hombre muy culto, se le tenía mucho respeto en el pueblo». «Como era republicano, estuvo unos años suspendido de empleo».

   Manuel recuerda que estaban 42 o 43 chicos en clase. Que don Ángel tenía un catalejo muy largo, de los marineros, que se estiraba. Que daban hasta clase de solfeo y que don Ángel sabía de todo.

   Me cuenta también que hablaban mucho sobre temas de naturaleza. Todos los años plantaban árboles y cada niño tenía el suyo y debía cuidarlo y regarlo cuando era necesario.

   Otra de las cosas que recuerda es que pasaban un alumno tras otro a leer la cartilla a la mesa del maestro y que las cartillas progresaban hasta manuscritos.

   Las matemáticas era la asignatura que más le gustaba a don Ángel y ponía mucho empeño en enseñarla. Manuel todavía conserva un cuadernillo de matemáticas y lengua de aquella época.


    Extracto de una hoja del cuadernillo de Manuel.
   
Recuerda igualmente que hacían en el colegio obras de teatro, escritas por don Ángel, las cuales representaban después delante de los vecinos que se acercaban a verlas. En especial recuerda una obra titulada «El médico a palos».

   Por otra parte, me dice que don Ángel «calentaba alguna vez, pero poco» (entiendo que en comparación con otros maestros que Manuel conociera) y que a pesar de sus ideales políticos, era muy prudente en la escuela con esos temas.

Guerra Civil y Postguerra


   Bien, esta etapa maravillosa, al igual que en la gran mayoría de escuelas de nuestro país, se acabó en julio de 1936.

   Queda clara la ideología política de don Ángel, y nos queda claro también, así nos lo hizo saber su hijo y otras personas que recuerdan con dolor aquellos días, que cuando el bando nacional se hizo con el control de la zona se pidieron unas listas de personas afines al bando republicano que iban a ser fusiladas de inmediato. don Ángel, el maestro, como en tantas y tantas localidades, aparecía en ella, seguramente también por organizar y administrar la colectividad unos meses antes.

   Tuvo suerte finalmente, ya que su nombre desapareció de la lista gracias a la intervención de simpatizantes de la derecha que consideraron injusto este hecho. Al final, además, según me cuenta Ángel, no hubo fusilamientos. Las represalias, eso sí, llegarían después en formas diferentes, también a don Ángel.

   Aunque sí que le destituyeron del empleo y el sueldo, quizá mejor para él en los tiempos que corrían.

En los lugares en los que no estaba garantizado el orden del gobierno legítimo, la depuración del magisterio comenzó inmediatamente, horas después de la sublevación militar. Este fue el caso de Zaragoza, donde, por el triunfo rotundo de la sublevación, el proceso de depuración del magisterio comenzó inmediatamente.

El 17 de septiembre de 1936, el rector de la Universidad de Zaragoza, Gonzalo Calamita, ordenó la suspensión de empleo y sueldo de veinticuatro maestros. Lo más terrible del caso es que dos de ellos ya habían sido fusilados en el mes de agosto.

Las comisiones de depuración debían recabar información de los docentes de la provincia respectiva. Con este propósito se elaboró una «Hoja Informativa» de carácter confidencial, con un cuestionario que contenía doce preguntas que versaban sobre el concepto profesional que se tenía del maestro, sus ideas políticas, la afiliación a partidos y sindicatos, la asistencia a reuniones políticas, las creencias religiosas, los diarios o revistas a las que estaba suscrito o leía y su conducta a partir del golpe militar. La «Hoja informativa» se enviaba para su cumplimentación al alcalde, al cura párroco, a un padre de familia y al comandante del puesto de la Guardia Civil de cada población. Las respuestas eran casi siempre vagas, sin ningún matiz y, en la mayor parte de ellas, se aprecia una condena previa.

Las consecuencias de la depuración para los docentes afectados por la purga fueron de distinto orden: algunos fueron destituidos, separados definitiva o temporalmente del ejercicio activo de la docencia. Otros fueron castigados con un traslado forzoso, una suerte de destierro, sanción que se unía a la prohibición para ocupar cargos directivos. Y otros fueron asesinados frente al pelotón de fusilamiento.

(Archivo del Museo Pedagógico de Aragón)

   Por otra parte, Maria Antonia Iglesias, en su libro titulado «Maestros de la República» (2006), afirma que «en nueve provincias, de las que existen datos sistemáticos, fueron ejecutados en torno a 250 maestros. Y 54 institutos públicos de enseñanza secundaria creados por la República fueron cerrados. Por añadidura, en torno a un 25% de los maestros sufrieron algún tipo de represión y un 10% fueron inhabilitados de por vida. En Euskadi y Cataluña, todos los maestros de la enseñanza pública fueron dados de baja y tuvieron que solicitar se readmisión a través de un costoso proceso».

   Podemos decir que don Ángel tuvo suerte. Así, se dedicó a administrar sus fincas. Y a ocuparse de su familia.

   Bautista Tena, ya fallecido, principal actor y cómico de las obras teatrales que don Ángel creaba, en sus memorias destaca: «Don Ángel tenía una gran visión de la vida y del fututo. Y ya que amaba el pueblo, quería hacerlo pionero en cultura, agricultura y otros proyectos que él tenía. Pero llegó la guerra civil española y allí murieron muchas de sus ilusiones».

   La primera radio que hubo en el pueblo fue de don Ángel. La gente acudía a oírla a su casa durante y después de la guerra. Nos dice Ángel que también acudían algunos falangistas, que, sin pedir permiso, entraban en su casa, y cuando sonaban las trompetas en la radio se levantaban con el brazo en alto. Don Ángel callaba y aguantaba.

   Pasados tres años, don Ángel volvió a ser readmitido en el cuerpo de maestros, sin traslado. En el cuaderno de actas del archivo municipal de Urrea se puede consultar la sesión ordinaria del Ayuntamiento de Urrea del día 25 de febrero de 1940, la cual transcribo literalmente:

«Acto seguido se propuso por la Alcaldía solicitar del Exmo. Sr. Ministro de Educación Nacional, la rehabilitación provisional del Sr Maestro D. Ángel Gargallo Salas, pendiente de depuración, ya que la escuela se encuentra cerrada desde hace dos años y los niños se encuentran huérfanos de toda elemental cultura. En su consecuencia, los señores asistentes asintieron a lo expuesto por el Sr Alcalde, acordándose que la Alcaldía proceda a la redacción y remisión de la solicitud propuesta.»

   Firman la sesión las personas que formaban el Ayuntamiento, el alcalde, Francisco Macipe y los concejales Joaquín Lafaja, Santos Oliver, Manuel Sanz y Leoncio Cebamanos.

   Antonio Macipe, hermano del alcalde, tuvo mucho que ver con la vuelta a la docencia de don Ángel. Éste lo educó hasta que Antonio se fuera a estudiar Ciencias Exactas. Macipe se alistó en el ejército de Franco, y llegó a estar en Burgos como ayudante de don Pedro Laín Entralgo, que por aquel entonces era el jefe de Prensa y Propaganda en el Ministerio de la Gobernación.
   Al terminar la guerra, Antonio Macipe vino al pueblo y continuó su buena relación con don Ángel.

   Macipe, desde Madrid, influyó en la decisión para que rehabilitaran a don Ángel, con derecho a cobrar los atrasos de los tres años (aunque no llegaron nunca, me cuenta Ángel).

   He aquí la transcripción de la carta en que Antonio Macipe comunica a don Ángel su readmisión en el cuerpo de maestros, que por otra parte, saliéndonos del tema que nos ocupa, no dejan de ser interesantes sus reflexiones acerca del régimen.

Ministerio de la Gobernación
Subsecretaría de Prensa y Propaganda 
Dirección General de Propaganda
Madrid, 5 de julio 1940 
D. Ángel Gargallo

Vaya mi felicitación, querido D. Ángel, únicamente por lo que supone para usted el ver realizado un anhelo. Pero no en cuanto, la felicitación se emplea también por algo extraordinariamente bueno sucedido en nuestra vida. Y digo esto porque a usted tan solo le ha llegado una justicia lenta, muy lenta, tan lenta como el oxidado reguleyismo español lo permite.

Es lo que más tremendamente me preocupa como español de mi generación: la mentalidad abogadesca que invade todo y la aproximación o el asiento en el polo derechista de toda nuestra política ordinaria hasta el punto de que aquello de José Antonio Ledesma, etc. de situar la Falange y la Revolución Nacional por encima de derechas e izquierdas, está a punto de pasar a la historia de la Literatura o a la de las buenas intenciones. Claro que esto es largo y no tienen solo la culpa los de arriba.

Triste es tener que confiar en que la marcha de las cosas en Europa (a cuya altura no están tampoco las mentes españolas) nos obliguen a caminar conforme mandan los tiempos.
Pero en fin, volviendo a lo suyo, celebro que haya sido cierto lo que me prometieron de que se quedaría usted en el pueblo.

Espero verle a usted en la escuela cuando se abra el próximo curso, porque será para mediados de septiembre cuando yo vaya a esa con veinte o treinta días de permiso.
Deseando que no pasen tanto calor como el que en Madrid sufrimos, mis saludos a su familia y un fuerte abrazo de su discípulo.
Antonio (firma)

P.D. Contésteme a Mtrio. Gobernación Dto. Ediciones, sin poner Medinaceli 4, porque nos acabamos de trasladar de este edificio al del Ministerio. Le ruego se lo comunique a mi familia.
   
 Una vez que don Ángel vuelve a la escuela, ya con el sistema bastante diferente, y mucho más limitado y religioso, le pidieron que se hiciera cargo de la secretaría del Sindicato de Riegos y la Hermandad de Labradores y Ganaderos.

   También comenzó a hacer horas extras formando a algunos jóvenes del pueblo que hacían Bachiller por libre y debían acudir después a examinarse a Zaragoza. Don Ángel se levantaba a las seis de la mañana para atender a Emilio, Joaquín «Orosio» y Joaquín el «San Valero», a su hijo, y también a Victorián y Alfonsín.

   Hay una anécdota que me cuenta Ángel, y es que, Victorián, al ir a examinarse al colegio Goya de Zaragoza y al ver el resultado, fue felicitado por Blecua, que le dijo: «felicita de mi parte al maestro que te ha enseñado».

   A «San Valero» lo formó para radioelectricista del ejército. Don Ángel no sabía el morse, y me cuenta su hijo que lo aprendió construyéndose él el aparato.

   Escribió también obras de teatro, muy costumbristas, del pueblo, que luego el «tio Bautista» se ocupaba de representar e improvisar como nadie, lo que hacía las risas y los aplausos calurosos del público, entonces numeroso. Era todo un éxito que todavía se recuerda en Urrea.

Testimonio de Jesús Tena, alumno de los años de la postguerra


   Jesús Tena, coautor de este artículo, fue alumno de don Ángel durante los años 1941 hasta 1954. Nos cuenta con nostalgia su experiencia.

Si hubiésemos de buscar un maestro ejemplar en el modelo de enseñanza de cuando yo era niño, D. Ángel bien podía figurar como tal. Si preguntásemos a cuantos tuvieron la suerte de ser sus alumnos puede que no hubiera uno que no alabara sus cualidades.

Llegó al pueblo cuando contaba 27 años, soltero, se enamoró de Dña. María, se casaron y nacieron sus dos hijos, Ángel y Encarnación. Y así enraizó en el pueblo, para dedicar de lleno su vida a la familia y educar y cultivar a los niños de Urrea.

Gran amante de la naturaleza, escogió para vivir en familia el lugar idóneo, la torre de su propiedad, sita en el camino de Albalate, con un rótulo que dice «Torre de los Angelitos». Su hijo y nietos han querido que así se llame. Allí D. Ángel disfrutaba con sus hortalizas, frutas, verduras y árboles que ofrecían espesas sombras donde él seguramente reposaría. Hoy, su hijo y nietos cuidan con esmero ese pequeño paraíso, La Torre.

Cuando yo accedí al colegio, después de abandonar los párvulos, en el año 1941, D. Ángel ya había recibido en el colegio a todos los niños del pueblo, desde el año en que llegó, ganándose su cariño y el de las personas mayores. Siempre oí hablar bien de su persona, tanto por su labor profesional como por sus inquietudes por el pueblo, que, según mi padre decía, se truncaron con la llegada de la cruel y sangrienta guerra.

Aunque es bien sabido la diferencia abismal que existe en la forma de enseñanza de aquella época y la de hoy día, D. Ángel puso todo su empeño en hacer de Urrea un pueblo culto, aunque para ello no dudó en emplear métodos no muy ortodoxos, pues se creía imprescindible para la aplicación, el respeto y la obediencia en clase. Para ello disponía de una buena regla de madera a la que él lla maba Doña Catalina, y de vez en cuando hacía uso de sus poderes, con aquellos alumnos que él creía que lo merecían. Pero también es cierto que al igual que yo, muchos otros chicos podemos vanagloriarnos de no haberla probado nunca.

Dejando un tanto al margen la polémica regla Doña Catalina, podemos decir que D. Ángel fue un maestro ejemplar, que a pesar de tener un numeroso colectivo de alumnos, todos los varones del pueblo en edad escolar, que éramos muchos, él se organizaba el tiempo para dar las clases con arreglo a la edad y nivel de los alumnos y todo aquel que puso empeño en aprender, lo consiguió.

Jesús y su hermana Mª Pilar durante su paso
por la escuela de Urrea
Quizás lo que aprendimos con él, hoy resulta insignificante para el nivel con que hoy en día abandonan los estudios primarios, pero para aquel tiempo en que no existían, por decir algo, ni los bolígrafos, y todos nuestros libros consistían en una simple enciclopedia de Grado Medio, y de ella debíamos aprender todas las asignaturas, y en un pequeño pueblo totalmente agrícola, al dejar el colegio estábamos preparados para defendernos de nuestras necesidades primordiales. Habíamos aprendido a escribir correctamente, conocíamos los cinco continentes, y de ellos, las capitales de sus naciones, ríos, mares, estrechos... en una palabra, un pequeño conocimiento de nuestro globo.
De historia aprendimos a conocer desde los íberos primitivos hasta los reyes godos, la Reconquista, el Descubrimiento de América y hasta nuestros días.

Matemáticas era la asignatura en la que más énfasis ponía en enseñar, así aprendimos a resolver problemas de regla de tres simple y compuesta, de interés, de repartimientos proporcionales, aleaciones, de compañía, raíz cuadrada, y todo el sistema métrico decimal, con lo cual podíamos medir superficies y volúmenes.

D. Ángel era afable y alegre en el colegio, solía emplear un tiempo de sus clases, cuando él lo creía oportuno, en contarnos cuentos e historias y hablarnos de enseñanzas de la vida. Nos reunía en torno a él y todos, con gran atención, seguíamos sus relatos. Una de las cosas que hacíamos también era escribir una carta, cada alumno que era capaz, bien a un amigo, familiar o comercial. Luego las leíamos en voz alta y aquello resultaba interesante, escuchar algunas tan fantásticas e irreales. D. Ángel y todos nosotros reíamos a carcajadas con aquellas ocurrencias.

Para estimularnos en la lectura hacía competiciones, para ver quién leía más rápido y mejor, entre los que ya leían correctamente. Para los participantes aquello era como una prueba de atletismo. Terminaban sus lecturas sin aliento.

Hoy los colegios tienen sus buenas instalaciones de calefacción para los crudos días de invierno y los chicos van bien protegidos con ropa y calzado, pero en aquellos tiempos andábamos con ropas de escaso abrigo y calzados, bien con abarcas o alpargatas y unos piales que nuestras madres o abuelas confeccionaban al amor de la lumbre o en algún carasol. Para combatir el frío del colegio teníamos una estufa de leña y carbón que hacíamos funcionar llevando cada uno un trozo de leña cada día. La estufa la encendía el alumno al que le correspondía hacerlo. Un día ocurrió que el que tenía que encenderla, en un descuido de D. Ángel, aprovechó para echar a la estufa y quemar la regla Doña Catalina, como venganza, pues el día anterior había probado sus virtudes. Luego 
D. Ángel iba de un lado para otro preguntando por Doña Catalina, pero nadie dio noticias de ella. Aquello sirvió para una tregua, hasta confeccionar otra regla.

D. Ángel, gran amante de la naturaleza, nos enseñaba a cuidarla y respetarla, y hacíamos esporádicas salidas para admirarla y disfrutar de ella. Una de esas salidas, la más recordada por todos, era la del día que llamamos del Panetico, tradición ancestral, que hoy día sigue en vigor con la misma ilusión. Este día, D. Ángel escogía los lugares más simbólicos, como son el Regadío, la Cueva del Tesoro, y en especial, el pinar de la Umbría, en la partida de la Hoya del Moro. Creo que cuantos fuimos con D. Ángel a comernos el panete a estos lugares y disfrutamos de los juegos que hacíamos con su compañía y protección, nunca lo olvidaremos.

Como dije, los métodos de enseñanza y las actitudes de los profesores eran muy distintas a las de hoy en día. Tal es así, que recuerdo con cierta nostalgia algunos que ocurrieron y me agrada plasmar en estos escritos. Cuando D. Ángel, por algún motivo, tenía que ausentarse del colegio, cogía su bicicleta y los niños le veíamos partir. Pero antes de marchar dejaba un alumno de su confianza de entre los mayores, con el fin de mantener el orden en clase hasta su regreso. Pero mantener el orden era algo imposible y pronto se armaba un desconcierto. Con el fin de que D. Ángel no nos cogiese desprevenidos siempre había alguien que vigilaba a través de los ventanales para avisar de su llegada, y prestos, corríamos cada cual a su puesto.

D. Ángel tenía unas ovejas que un pastor llevaba con su rebaño, en compensación a las hierbas que sus fincas le proporcionaban como pastos. Esto ocurría con todos los vecinos que tenían tierras y sus pastos los apacentaban. A estas ovejas se les llamaba «aparceras». Cuando estas ovejas parían, los amos se las llevaban a sus corrales, las ovejas iban y venían todos los días del corral a la paridera y al atardecer, cuando regresaba el pastor, ellas solas se separaban del rebaño y acudían al lugar donde tenían sus crías. D. Ángel tenía sus corderos en un pajar de su propiedad no muy lejos del colegio. Todos los días había que ir a darles comida y agua y a hacer algo de limpieza. Esto lo hacíamos los alumnos en el tiempo de recreo. Para nosotros era un orgullo, que D. Ángel depositara en nosotros aquella confianza.

Para salir al recreo o bien para marchar a casa, D. Ángel mandaba a un alumno al lugar desde donde se divisaba el reloj de la torre de la iglesia y le dijese la hora, y todos deseábamos que nos mandara para así demostrar que entendíamos las manecillas del reloj.

También es muy curioso lo que ocurría cuando teníamos que hacer nuestras necesidades. Los váteres del colegio nunca los vi funcionar y teníamos que ir al descampado de las eras, al abrigo de los pajares. Algo muy común en aquellos tiempos, y no solo para los niños, sino también los mayores, al no haber desagües ni agua corriente en el pueblo. Ocurría que, como D. Ángel conocía muy bien a cada alumno, se daba el caso que según quien le había pedido permiso, para salir con él mandaba a otro niño a que comprobase si efectivamente tenía tal necesidad, pues los había que trataban de eludir un tiempo del colegio. Aquel que iba como testigo se ponía delante del otro, esperando acontecimientos, que la mayoría de las veces se hacían esperar y otras no llegaban. Luego debía decírselo a D. Ángel. No siempre se cumplía la información correcta, como dice el refrán «según quien sea pagará la pena».

La época que yo estuve en el colegio fue en la posguerra. Eran años en los que la influencia de la guerra se hacía notar en los colegios. Entre los casos a destacar, que yo recuerdo, era que al terminar las clases todos los días cantábamos a coro el «cara al sol», o el himno nacional. Supongo que para infundir en nosotros cierto patriotismo. Yo, en particular recuerdo que, sin entender de qué iba aquello, me agradaba entonarlos.

Abandoné el colegio y D. Ángel siguió recibiendo nuevos alumnos. Siendo aun muy joven, enfermó, y aquel maestro ejemplar se fue comportando de una forma muy distinta debido a su enfermedad. Su memoria deteriorada traicionó sus valores y ya no puso aquel gran empeño en enseñar y educar a sus alumnos.

El día 20 de octubre de 1952 D. Ángel dejaba este mundo. Reposa en nuestro cementerio.
Cuando me acerco al nicho donde él descansa, ante él siento el mismo respeto que cuando en clase nos enseñaba y educaba para ser personas cultas y honorables.

   Nos cuenta Ángel que su padre murió en Zaragoza ya que cuando enfermó fue visitado por Antonio Macipe y éste le recomendó que fuera a la ciudad, donde fue atendido, gracias otra vez a Macipe, por médicos bien reconocidos profesionalmente. No pudieron hacer nada por él.

   Don Ángel Gargallo Salas se recuerda en Urrea. La calle de las escuelas lleva su nombre. Y sus alumnos hablan de él con un respeto y una nostalgia verdadera mente emocionantes. No nos cabe duda de que despertó las mentes de sus alum-nos y las guió hacia la curiosidad y el afán por aprender conceptos nuevos. No nos cabe duda de que aportó, con su formación y su motivación hacia la enseñanza, aires de cultura y de conocimiento a nuestro pueblo. Enseñó y educó con dignidad, enseñó todo lo que le dejaron, y un poquito más. Lástima que le privaran de la alegría y la libertad, cualidades tan necesarias en las escuelas hoy y siempre, para ayudar a crecer al ser humano en todas sus dimensiones. Con alegría y con libertad don Ángel hubiera despertado y vinculado también muchas conciencias.

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Fuentes Bibliográficas


Archivo Municipal del Ayuntamiento de Urrea de Gaén. Libro de actas
(1934-1945).

BLANCO LALINDE, Leonardo (2003) «Aproximación a la historia de Urrea de
Gaén» Ed. Ayuntamiento de Urrea de Gaén.

DOMINGUEZ CABREJAS, María Rosa (2002) «La Escuela Normal de Maes
tros de Zaragoza (1844-1936)» Ed. Gobierno de Aragón y Caja de Ahorros de la
Inmaculada.

IGLESIAS, María Antonia (2006) «Maestros de la República. Los otros santos, los
otros mártires» Ed La esfera de los libros.

SABATER, Fernando (2008) «El valor de educar», Ed. Ariel.

TENA GIL, Bautista y Gonzalvo Vallespí, Ángel (2000) «Mi novela. Una
historia de vida» Ed. Centro de Estudios Bajaoaragoneses.

TENA PÉREZ, Jesús (2011) «La huella de una vida. Historias de mi pueblo» Ed.
Centro de Estudios del Bajo Martín. www.museopedagogicodearagon.com

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