Pastora y Leona - Las caballerias superadas por los tractores

Por Miguel Gracia Fandos

CAPÍTULO  IV
NUEVAS MÁQUINAS:
LA TRILLADORA. LA COSECHADORA

   
      Por lo que me cuentan, tendría 2 ó 3 años cuando pasé el sarampión cuando se estaba recogiendo la cosecha en el Mas del Aljibe. A la siguiente vez que se segó el campo, que por el barbecho normal en esta tierra, yo debía tener 4 ó 5 años, pero ya recuerdo que estuvimos en el Mas, y recuerdo haber jugado con los hijos de algunos pastores que pasaban largas temporadas en el monte, y a los que por lo que cuentan mis padres, debía parecerles un señoritingo. También recuerdo que la cosecha se segó como se ha descrito, con la segadora-agavilladora arrastrada por las caballerías. Y también hubo que carriar la mies hasta la era que estaba (y está cuando escribo esto) entre el Mas y el balsete. Pero ya no se tendía la parva por la era para trillar la mies, simplemente se amontonaban los fajos, muchos fajos en la era, puesto que según decían  se iba a trillar con la trilladora.
      Una mañana vino una gente con un tractor que arrastraba una extraña máquina que era la trilladora. En la era, al lado de los montones de fajos se colocó la trilladora en disposición de trabajo, y alineado con la trilladora se colocó el tractor. Colocaron también una correa muy larga y ancha que unía una polea del tractor con otra de la trilladora, ajustaron la tensión de la correa y anclaron a conciencia tanto el  tractor  como  la trilladora.
      Allí había mucho trajín y ya me habían dicho que yo no podía acercarme a la trilladora o al tractor. Se entiende que por mi edad sólo podía causar molestias y ponerme en situación de peligro, y que si enredaba me encerrarían en el Mas. Pero mis padres estaban muy ocupados acercando los fajos de mies a la era, y pronto me acerqué más de lo conveniente.
      - ¡Tu, zagal!-, me llamó un hombre de los que estaba preparando la trilladora, que no debía ser la primera vez que se encontraba con un crío en esas circunstancias. Me llevó hasta  la pared del Mas, alejado de la trilladora y donde pusieron los sacos en los que  había de echarse el grano. Con decisión trazó una raya en el suelo.
      - Tú de esta raya no pases... ¿eh?-,  me dijo con el énfasis adecuado para que quedase perfectamente claro que si se me ocurría pasar esa raya habría más que palabras.
      Tras engrasar la trilladora y comprobar que la mies ya no tenía la humedad del rocío de la mañana, pusieron el motor del tractor en marcha y, esa correa tan grande que unía el tractor con la cosechadora empezó a girar al tiempo que la trilladora comenzaba a vibrar provocando un enorme estruendo y una nube de polvo.
      En una plataforma desataron algún fajo de mies, y con una horca de madera echaron varias gavillas sobre una cinta que las subió hasta la extraña boca de la trilladora, que parecía devorar la mies. Cuando la mies entró por aquella boca el ruido se hizo más grave, algo estaba ocurriendo dentro y, muy poco después, por un tubo grande que tenía en la parte trasera, salió la paja trillada empujada por un enorme chorro de aire. Aunque el chorro de paja me pareció muy espectacular, nadie dio mucha importancia a la paja, y se fijaron en unas pequeñas cajas que había en la parte delantera, por donde resulta que salía el grano ya limpio. Hicieron algún comentario sobre la calidad del grano y lo limpio que salía, pusieron unos sacos para recoger el grano que caía por aquellas cajas y comenzaron a echar mies a la trilladora.
      Aquello era fascinante. Sobre la plataforma se desataban los fajos, y de forma  continua iban  alimentando aquella boca de la trilladora que devoraba la mies. Y de forma continua salía también un enorme chorro de paja, y el grano caía en los sacos. Ponían un fajo de mies sobre la plataforma, lo desataban y, sin prisa y sin pausa, echaban gavillas de mies a la trilladora. Se acababa el fajo tan pronto que ya había que tener otro desatado, y otro, y otro, y en poco rato,  aquella fajina29  tan grande de fajos para trillar que habían preparado desde la tarde del día anterior se iba haciendo cada vez más pequeña. Pero por allí venía mi padre arreando a las mulas con otro viaje de fajos y sobre ellos mi hermano, que los pocos años de edad que me lleva, entonces se notaban mucho, y ya podía ser algo útil para colocar los fajos que desde el suelo echaba mi padre al carro. También había venido un pariente con su carro y las caballerías para ayudar a carriar los fajos del campo hasta la trilladora. Fue muy oportuna la llegada del tío, de no ser por él seguramente la trilladora hubiera avanzado más que mi padre llevando fajos, y hubiera tenido que estar parada un tiempo... y la trilladora costaba mucho, mucho dinero.
      El hombre que me había confinado en el lugar apartado de las máquinas desde donde yo observaba todo esto, ayudaba a colocar fajos en la plataforma, cambiaba los sacos así cómo se iban llenando de grano, y también dirigía el chorro de paja al lugar en el que molestase menos. De vez en cuando me echaba una mirada fugaz con la que me recordaba la vigencia de la orden de no pasar la raya. Yo hubiera preferido acercarme a la trilladora y tratar de ver lo que ocurría dentro para que lo que antes costaba tanto trabajo y tanto tiempo como era el trillar, aventar, cribar el grano y llenar los sacos se hiciera tan rápidamente. Pero estaba claro que si “me pasaba de la raya” lo único que conseguiría sería recibir algún sopapo y enfadar a la gente. Además conforme avanzaba el sol, la sombra del Mas se iba retirando del lugar de mi confinamiento,  algún intento hice de rodear de lejos (sin pasarme de la raya) las máquinas, pero la mirada del hombre me encontró enseguida. Debía tener poderes porque con sólo su mirada me llevó al sitio en que me había confinado.
           - Métete en el Mas que estarás a la sombra-. Me dijo poco después cuando vino  a coger sacos vacíos en los que echar el grano.
            - No, que estoy bien aquí-. Debí decirle en mi lengua de entonces. Era todo lo que podía hacer en defensa de mi libertad. Una cosa era que no pudiese ir hasta la trilladora, y otra que tuviera que entrar en el Mas.
      Al momento vino también mi madre que estaba muy ocupada para que sobre la plataforma desde la que se alimentaba a la trilladora no faltasen fajos desatados. También me dijo que entrase al Mas, que estaría mejor. Tampoco quise entrar entonces, pero poco después, para que no pareciera que lo hacía porque me lo decían, y cuando la novedad del funcionamiento de la trilladora ya se había transformado en monotonía, entré en el Mas. Bastante más tarde entró mi hermano P. más cansado que yo, por lo visto ya se habían llevado hasta la era todos los fajos. Mi padre ató las caballerías en la pared del Mas y les echó algo para que comieran. Si las caballerías hubieran podido pensar, seguramente les hubiera parecido un magnífico invento ese de la trilladora puesto que estaban allí comiendo tranquilamente y no dando vueltas a la parva arrastrando el trillo durante horas y horas.
Pasarían varias horas, mi madre ya estaba en el Mas preparando la comida cuando se oyeron algunas voces y el ruido de la trilladora y del tractor cesó por completo dejando la sensación de que faltaba algo. Cuando salimos fuera, el sol ya estaba muy alto y hacía mucho calor, los que habían estado trabajando estaban sucios por el polvo, pero  ya no quedaban fajos de mies, sólo había un gran montón de paja trillada y  a este lado de la trilladora una cantidad considerable de sacos llenos de grano.
      Rápidamente empezaron a desmontar los accesorios de la trilladora y la polea que iba del tractor a la trilladora. Cuando todo estuvo recogido se comió algo. Mientras, se hablaba de lo mucho que costaban aquellas nuevas máquinas que llegaban a la agricultura y del muchísimo trabajo que hacían. Estaban todos contentos, la cosecha no había sido mala y ya estaba recogida. La trilladora y el tractor también habían funcionado muy bien, sin que se produjeran averías, que tanto tiempo y dinero hacían gastar. Hasta el hombre que tan severamente me había impedido acercarme a la trilladora, viendo que le había dado menos trabajo del que llegó a temerse cuando me vio merodeando por allí, me gastaba alguna broma haciéndome gestos agresivos que ahora si se notaba que eran un juego.
      Después de comer con cierta urgencia,  se fueron con el tractor y la trilladora a otro tajo donde ya los estaban esperando. Aunque con las nuevas máquinas las faenas del campo se hicieran mucho más rápidamente, las prisas para realizar los trabajos más bien habían aumentado; unos por recoger la cosecha cuanto antes y al ritmo que permitían y a la vez imponían las máquinas;  otros por sacarle el mayor rendimiento posible a la inversión que aquellas máquinas requería.
      Aquella misma tarde ya vinimos con el carro (cuando iban personas en el carro para protegerlas de sol se solían colocar unos toldos similares a los que pueden verse en algunas películas del Oeste) con parte de la cosecha y los enseres que hacían falta para vivir en el monte: puchero, sartén con patas, platos, recado si quedaba, algo de ropa sobre todo si había chicos pequeños... Aquél año enseguida estuvo trillada la cosecha  y el Mas del Aljibe estuvo menos tiempo ocupado que en años anteriores, y la siguiente vez que se recogió la cosecha del campo... ni siquiera se utilizó, pero de los cambios que hubo ya trataremos más adelante.
   
      Tiempo después pude entender el funcionamiento de la trilladora que trillaba, aventaba y cribaba todo a la vez. Era bastante sencillo:
   
-La fuerza del motor del tractor se transmitía a la trilladora a través de esa correa tan larga y aparatosa que iba de una polea del tractor a otra de la trilladora de la que a su vez salían otras correas más pequeñas para mover los diferentes  órganos de la trilladora.
- En esa boca que se tragaba la mies había unas barras que girando rápidamente troceaban la paja y  golpeaban las espigas para que se desprendiera el grano. Lo mismo que mucho más lentamente hacían las cuchillas del trillo que arrastraban las caballerías sobre la parva.
-La mies ya trillada caía sobre unas barras, las zarandas, que subiendo y bajando muy rápidamente sacudían la mies para que el grano, más pesado, cayese. Eso era muy parecido a lo que se hacía con las horcas cuando se lanzaba al aire la mies, pero no había que esperar a que hiciera aire porque la trilladora  fabricaba su propia corriente de aire con un enorme ventilador, por lo que la paja salía muy rápidamente empujada por el chorro de aire.
-El grano caía a unas cribas que también oscilaban muy deprisa por lo que el grano limpio pasaba rápidamente por los agujeros de la criba y se llevaba a las cajas en las que se colocaban los sacos. La granza, que no era ni paja ni grano resbalaba por encima de la criba y se llevaba a otra caja para recogerla en otro saco.

      Pero todo esto lo entendí tiempo después. Entonces me pareció algo mágico con tantas poleas, el bailoteo de las cribas, el espectacular chorro de paja. Aunque los mayores se fijaban más en otra salida mucho mas discreta: el lugar donde se llenaban los sacos de grano.
      También había una trilladora que era de la cooperativa. Estaba fija en las proximidades del campo de fútbol. Se veía diferente, puesto que la fuerza para mover sus órganos la daba un motor eléctrico que tenía colocado encima. Al no necesitar el tractor y la polea para transmitir la fuerza, su apariencia era más compacta y menos aparatosa.
      En la práctica, cuando la mies a trillar era considerable y lejos del pueblo, se podía desplazar un tractor con una trilladora al campo, pero si era poca o cerca del pueblo se iba a la trilladora de la cooperativa. Allí podían trillar todos los socios, pero en plena temporada de trilla estaba muy solicitada y solía faltar sitio en el que pudiesen amontonar fajos los labradores que esperaban turno para trillar, lo que podía dar lugar a conatos de conflicto. A veces también era un problema encontrar un lugar en el que echar la paja trillada puesto que no se mezclaba la de diferentes labradores. Eso se solucionaba girando y alargando el tubo por el que salía la paja, pero siempre había alguno que tardaba más de la cuenta en recoger la paja y dejar libre el espacio que para otros hacía falta.
      Debieron ser estas aglomeraciones y el tiempo que se perdía esperando el turno en la trilladora las que provocaron que tardíamente se trillara alguna parva en la que yo ya tenía la edad y el tamaño suficiente para, desde el trillo, guiar las mulas mientras los mayores giraban la parva.
      Pero a finales de los años 60 (del siglo XX por supuesto), cuando la trilladora ya no era ninguna novedad pero aún se trillaban y aventaban algunas parvas en las eras, se oía que había aparecido una máquina que hacía todas la labores de la cosecha de cereales, y a la que con propiedad se le llamó “COSECHADORA”. La cosechadora era como una trilladora a la que le habían puesto una segadora delante, o más propiamente una segadora que alimentaba de mies a la trilladora que tenía detrás.
      En aquellos tiempos en los que la fuerza muscular de las caballerías era sustituida por la fuerza que daban incansables motores, precisamente eran los motores lo más caro y difícil de conseguir. Las primeras cosechadoras no tenían su propio motor como las conocemos hoy día, sino que eran arrastradas por un tractor que además de remolcar la cosechadora también daba fuerza para mover todos los órganos de la cosechadora. Teniendo en cuentan la potencia de aquellos primeros tractores, que además de arrastrar tenían que hacer funcionar los órganos de la cosechadora, nos podemos imaginar que aquellas cosechadoras parecerían  unas maquetas al lado de las que vemos funcionar actualmente. Mi pariente X. me cuenta que compraron, de cuarta o quinta mano, una se estas cosechadoras arrastradas que, por ejemplo, llevaba las zarandas de madera y tenían que sujetarlas con alambres al cigüeñal que las movía. Pero entonces supusieron un gran avance puesto que por donde pasaban ya dejaban realizadas todas la labores de la cosecha, y si las averías lo permitían, sólo dos personas, una para conducir el tractor y otra para reponer los sacos que se llenaban de grano en la cosechadora, podían recoger hasta 70 sacos de grano en un día, unos 5000 Kg., lo que hasta entonces había supuesto el trabajo de varias personas durante semanas. Las cosechadoras arrastradas también duraron muy poco, y enseguida fueron sustituidas por las cosechadoras automotrices, semejantes a las que vemos funcionar cuando escribo esto,  aunque mucho más pequeñas.
   
      A mis diez años, poco antes de 1970, ya había bastantes cosechadoras y la forma de recoger la cosecha era completamente diferente de la que yo mismo podía recordar. Cuando llegaba el tiempo de siega ni se preparaba la segadora ni se apisonaban las eras, simplemente se acordaba con alguno que tuviera cosechadora el precio por cosechar los campos y se esperaba a que avisasen para cosechar.
      Un día de Julio avisaron para ir a cosechar el campo del Aljibe y le dijeron  a mi padre que estuviera a tal hora por el campo. Allí fuimos mi padre y yo con las mulas Pastora y Leona, que tiraban del remolque, puesto que el carro tradicional con grandes ruedas de madera con llanta de hierro se había sustituido por un remolque de dos ejes y ruedas con neumáticos. Era como un remolque de los que llevaban los tractores pero más pequeño. De hecho esos remolques se adaptaron después para que pudiesen llevarlos tractores.
      Llegamos al campo poco antes de la hora a la que nos habían citado. Reconocí el Mas y los lugares en los que recordaba la trilladora de años antes, pero la situación era muy diferente. No había que habilitar el Mas para acoger a personas y caballerías, no había segadora, ni fencejos para atar la mies en fajos, no había gente, no había que llevar recado..., no había nada, nada. Solamente inactividad y espera. Las mulas pagentaban y nosotros, para entretener la espera, anduvimos por el campo reconociendo la cosecha. Las matas estaban claras, pero las espigas eran buenas.
Se retrasaban los de la cosechadora. Debían haber tenido alguna avería u otro percance. Subimos a una loma próxima desde la que dijo mi padre que se podía ver gran parte del término, y allí estuvimos inactivos esperando la llegada de los cosechadores. Pasamos casi tres horas viendo como evolucionaba alguna que otra cosechadora en campos lejanos, algún tractor que llevaba al pueblo un viaje de sacos de grano cosechado y, también, a lo lejos, vimos algún carro tirado por caballerías, pero en cantidades más pequeñas que con cualquier tractor y mucho más despacio. Al cabo de un buen rato, cuando ya era de temer que hubiesen tenido una avería importante, mi padre señalando hacia el Saso dijo:
      -Por allí me parece que vienen, ¿no ves dos puntos que se mueven?
      Por más indicaciones que me daba yo no veía nada, pero si él lo decía debía ser verdad. Más tarde, cuando por fin distinguí dos puntos que se movían, mi padre dijo que efectivamente eran ellos, los cosechadores.
      Los cosechadores eran unos parientes, “Los Fandicos”30, que constituían una emergente casa de labranza que se adaptaba con éxito a la mecanización agraria, probablemente porque la presencia experta en la agricultura y en la vida en general  del padre, el tío Salvador (tío-abuelo de quién esto escribe), se solapaba con la capacidad de trabajo de los hijos, Manolo y Salvador, que competían en la adquisición de conocimientos y habilidades necesarias para el adecuado manejo del tractor y de otras máquinas que revolucionaban el trabajo en la agricultura.
Creo muy importante señalar que en aquella situación los mejores resultados se obtuvieron cuando se combinaban por una parte, la presencia de alguna persona mayor que  por su experiencia en la agricultura y en la vida en general, no permitía la euforia irresponsable cuando algo salía bien; ni tampoco el desaliento, igualmente irresponsable, cuando algo no salía bien. Y por la otra, la presencia de jóvenes capaces y dispuestos a adquirir y desarrollar nuevas habilidades de trabajo para sacar el máximo rendimiento posible a aquellas máquinas que trabajaban incansablemente, que no se manejaban con la voz las riendas y el látigo, sino accionando palancas y pedales; aquellas máquinas que aunque no enfermaban ni morían, también requerían continuos cuidados en forma de engrase y otros mantenimientos, y que con demasiada frecuencia provocaban costosas averías.
  Se dice, y es cierto, que con la llegada de los tractores muchos labradores con poca tierra tuvieron que dejar la agricultura y emigrar de los pueblos; pero por lo que he podido ver también hubo ejemplos de labradores que poseyendo tierras en cantidad suficiente, e incluso después de haber comprado un tractor; por el motivo que fuera, no sacaron la rentabilidad esperada y acabaron dejando la agricultura y emigrando. A uno de estos labradores que terminaron emigrando después de tener tractor, le habían comprado 2 ó 3 años antes el tractor “Los Fandicos”. Aquél año habían comprado también de segunda mano una cosechadora automotriz, que en otros parajes debía haber acumulado muchas horas de trabajo, pero por aquí era de lo más novedoso que se había visto. Cuando las averías lo permitían, ofrecía un rendimiento apabullante a quienes hasta uno o dos años antes habían recolectado cereales de la forma tradicional.
Cuando llegaron con el tractor y la cosechadora supimos que, efectivamente, habían tenido problemas mecánicos con la cosechadora. Antes de empezar a cosechar tuvieron que reparar una cadena de cangilones que elevaba el grano hasta la salida en la que se colocaban los sacos que recogían el grano. Por creerlo un trabajo más propio de un mecánico que de unos labradores, me sorprendió la habilidad de los hermanos  desmontando aquellos órganos de la cosechadora, reparándolos si podían con las herramientas y repuestos que llevaban, y volviéndolo a montar. A veces, demasiadas veces, las averías no se podían solucionar con los medios allí disponibles y había que ir con el tractor (coches ya hacía décadas que se veían en el pueblo, pero seguían estando al alcance de muy poca gente) hasta el pueblo y avisar al mecánico. El mecánico solía ser el hijo de un herrero que al paso que avanzaba la mecanización agraria, o quizá un poco más deprisa, se reconvertía de herrero en mecánico. En ocasiones había que sustituir la pieza averiada. En esos casos se localizaba telefónicamente (entonces las centralitas telefónicas eran manuales, y había que pedir conferencia a la telefonista) el lugar en el que se encontraba el repuesto y si se podía se iba a buscarla. Por una parte para evitar errores con las piezas, y por otra porque las empresas de transportes y paquetería no estaban tan desarrollas como actualmente. Cuarenta años más tarde, cuando escribo esto, he comprobado en alguna ocasión que los entonces jóvenes que vivieron en su plenitud aquella época, mantienen la actitud de ir a buscar la  pieza en vez de esperar a que la manden. Pero de la problemática de las reparaciones, los repuestos, y la transformación de alguna herrería en taller mecánico, y de algún joven herrero en mecánico, ya lo trataremos si viene a cuento en otra ocasión, que aquí estamos cosechando.

Aventadora manual. Archivo fotográfico del CEBM. Foto realizada en el parque "Antonio García Cañizares". Escucha (Teruel)

      De aquella primera vez que veía cosechar recuerdo que estábamos preocupados  ante la posibilidad de que el apaño que habían hecho en la cadena de cangilones no resistiera y hubiera que ir al pueblo para repararla. El caso es que la cadena apañada y la cosechadora en general funcionaba bien, pero en esto de la agricultura por más mecanizada que esté pueden ocurrir muchas cosas que alteren el ritmo previsto de los acontecimientos y, aquella tarde, sobre el horizonte aparecieron unas nubes discretas que se fueron transformando en oscuros nubarrones. En poco rato, mientras estábamos pendientes de las evoluciones de  la cosechadora, se formó una tormenta que ya amenazaba con sus relámpagos y truenos cada vez más próximos. Una buena ocasión para acercarse al Mas y protegernos todos de la tormenta que se avecinaba. Pero para sorpresa de mi padre, los cosechadores seguían como si nada ocurriese. Cuando comenzaron a caer las primeras gotas, mi padre ya les hizo señales ostentosas para que dejasen de cosechar y acudieran al Mas. En aquél momento las gotas dispersas se convirtieron en un chaparrón rotundo. Mientras mi padre y yo corríamos hacia el Mas, los cosechadores, puesto que con la mies mojada la cosechadora no podía trabajar, se limitaron a detenerla próxima al tractor, y bajo aquellas máquinas y el remolque se protegieron del chaparrón mientras nos veían correr ya empapados hacia el Mas. El chaparrón fue tan breve como intenso y el  resultado fue que los que buscamos refugio en el Mas terminamos empapados mientras que los que se protegieron con aquellas máquinas que representaban la nueva agricultura estaban prácticamente secos. Poco después, cuando pasado el chaparrón nos reencontramos, se les veía a todos aliviados porque la tormenta ya había pasado sin que hubiera caído granizo, ni provocado ninguna otra desgracia. Mi padre tuvo que aguantar alguna broma de sus primos por lo anticuado de sus costumbres: los Mases eran cosa del pasado, ya no tenían ningún sentido en la nueva etapa que se abría para la agricultura. Allí teníamos un ejemplo bien claro, los que habíamos corrido hacia el Mas estábamos empapados y ellos, que se habían limitado a protegerse bajo las máquinas, estaba secos.
   
      El Mas del Aljibe se había construido en 1948, según puede leerse en el yeso que hay encima de la puerta, por encargo de mi abuelo. Mi padre cuenta que entonces él estaba en la mili. Debió ser aquella una época, no de abundancia, pero sí de esperanza en un futuro mejor, un tiempo en el que las atrocidades de la guerra ya empezaban a ser parte del recuerdo, y el hambre de la posguerra ya había sido barrido en estas tierras por la buena cosecha de 1946. Cómo lo sentirían en aquellos años, que cuando escribo esto, ya entrado el siglo XXI, y en diferentes pueblos de la comarca, los que lo conocieron siguen llamándole “el año de la cosecha”.
      Desde que se construyó hasta que llegaron las cosechadoras, el Mas, con el balsete al lado para recoger y almacenar el agua de lluvia, había sido el centro sobre el giraba la actividad agrícola de los campos próximos, pero... ¡Qué rápidamente se estaban sucediendo los cambios en aquellos años!, ¡qué diferentes vivencias habían supuesto otras tormentas vistas desde el mismo mas!



>> CAPÍTULO V

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CITAS:

29 Una fajina era un montón de fajos bien puestos. Un fascal sería una fajina de 30 fajos.
30 Los hermanos eran hijos y nietos de Fandos, pero por línea materna, por lo que se había perdido el apellido Fandos. Digo eran, Salvador murió joven.

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